Esto le va a hacer daño. Sepárese con lentitud, desdoblando los
segundos, contagiando, con la paciencia del hongo. Cuente cómo se abre
el filete, dejando paso a las esporas, al tiempo, a la Catedral de
Mallorca, a los misterios del gótico. No es que duela, es que una parte
se queda en la camisa, la harina de la herida blanca, descúbrese en su
piel que ya no luce nada de lo que le dejaron: una sonrisa, un quemazo,
los esplendores, el autobús llegando a Amiens, todas las estelas
turísticas. No va a quejarse como si se rompiera un brazo, ni como si
cayera del tercer piso del sueño y volviera a encontrarse enfermo al
despertar: no tome esas pastillas del demonio. No hay duda, podríamos
suprimir circunstancias históricas, el alambrado señuelo de aquello
socio-cultural, las justificaciones, las manchas, las recetas, el
sistema económico: el mal existe, es la misma manta de carne en su
cabeza, es un viejo prejuicio teológico, una raíz que suspira
húmedamente. Todo lo demás lo perdonamos. El bocadillo mustio del
primero de agosto. Sus sobrinos. Ese silencio generoso de cuando se
deja caer la mano por primera vez.
texto: salvador salgueiro
collage: po poy