Creía ser mirado. Le angustiaba
la suposición constante de unos ojos observándole.
Decidió marcharse donde nadie
pudiera verle, pero la impresión de ser vigilado le acompañó.
Una noche se presintió a sí
mismo, pequeño, en el cuarto vacío donde se encontraba. Su aquel niño le miraba como sin párpados.
—Lo siento —se dijo—. No puedo ir
a salvarte allí donde esperas mudar al hombre que aquí se sabe fantasmal.