domingo, 23 de junio de 2019

Muchas hebras hacen cuerda


Volviendo, por la carretera,
del hangar que almacena hierros
donde hago cuerda con paja de arroz,
un amago, a ratos, de llanto me ciñe,
porque hay un zorro atropellado en el arcén,
porque un perro adiestrado para ladrar me ladra
y porque hombres desconocidos
tocan el claxon y me asustan
y me agobian e incomodan,
sólo porque soy una mujer
que camina sola.
Me reconforta mirar los árboles
y las hierbas salvajes de la orilla.
Y al llegar al arrozal encharcado,
garzas y cuervos conviven serenos;
y esa comunión en blanco y negro
parece llenarme el corazón de colores.
Para cruzar al otro lado,
ninguno de los conductores
me cede el paso.
Luego, en el autobús,
muchas mujeres viajan conmigo.
Imagino que vienen de trabajar por dinero
y vuelven a casa a trabajar por nada.
Desde mi cansancio supongo que están cansadas.
Ríen y hablan y comen fruta.
Y aunque no entiendo todo lo que dicen,
me siento bien con ellas,
me siento tranquila y segura.
Entre las cruces del cementerio,
veo lejano el edificio emblemático de la ciudad.
Todos los silencios y voces
y todas las visones del día se transforman
cuando puedo tomar el tiempo para pensarlos.

Con hebras hago cuerdas;
con briznas, poemas.
Mudo lo frágil.

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